Tantos vericuetos, tantos abismos. Siendo ahora la svastika, siendo ahora el dolor de padre, arcilla seca, rodilla resentida, peón peonza. Permanecer en la zarabanda, entregando mi cuerpo a su fe, a su infinitud.
Una mujer se arrodilla en el banco de la iglesia y, frente a ella, pide por una travesía tranquila, por el cese del tormento.
Existe una región en la que los hombres miran sin ser vistos y bajo el pelo ocultan lo no dicho. Hacia allí me encaminé con ánimo de escudriñar hasta que un dedo brotó de la tierra y asaltó uno de mis ojos. Ahora, tuerto, aún discrimino entre lo claro y lo oscuro en las noches de luna llena.
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