lunes, 11 de marzo de 2013

Coles de Bruselas


Replegarme, volver a los sillones pomposos y a las camas heladas.
Recordar que tengo veinte hijos y que morí de sobredosis:
Me espera tanta gente... treinta llamadas perdidas y cincuenta citas atrasadas, ocho comidas pendientes y siete amantes demasiado expectantes. Tengo que, tengo que, tengo que. Los megalomaniacos también responden a otros nombres.
Ese repertorio de negativas, esa pala penetrando en la tierra una y otra vez.... Surquen en las baldosas de la cocina todas las esquelas que están por venir.
Aquí la rabia del hastío, lo imperturbable, nadie pone a nadie en su lugar... yo elijo las negras y tú las blancas, Fando y Lis, Ying y Yang, Pin y Pon.
Lo verdaderamente grotesco es la necesidad de comunicarse cuando no hay nada que comunicar, sólo la fatalidad del riñón consumado y la roja sangre bombeando bajo las zonas erógenas.
La obscenidad está al caer, ya llama al telefonillo y va a subir, viene descalza y con las uñas largas, apretando todos los timbres y llamando a las cosas por su nuevo nombre.
Porque nuestros ojos miran tras las pantallas y con lupa encuentran el éxtasis en lo más recóndito, en lo más profano, en la noche de los órganos.

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